jueves, 13 de diciembre de 2012

Rememorando el relato de Conchita Cintrón La madre de los Bienvenida



Siguiendo la narración que Conchita Cintrón hacía en su libro "¿Por qué vuelven los toreros?, Gloria Sánchez-Grande rememora el capítulo que se titula "El ejemplo de doña Carmen", dedicado a la madre de los Bienvenida. Un relato entrañable, plagad de ternura y de un profundo sentido taurino, en el que trascendiendo un episodio concreto se retrata con precisión el difícil y amplio papel que las madres juegan en la vida de los toreros.



La familia “Bienvenida” estaba compuesta por don Manuel Mejías, matador de toros, doña Carmen su esposa, y sus siete hijos. Entre estos vástagos había una mujer; los demás eran varones... y toreros.

La casa que habitaban, situada en la calle General Mola 3, en pleno Madrid, tenía un patio donde se veía, entre las sombras de los árboles, un carretón con cuernos. Cerca del carretón florecían capotes y muletas. Regresando del patio encontraba uno la sala, con una mesa redonda y varias sillas, habiendo una que se distinguía de las demás: la de don Manuel. Allí hablaba él de toros, rodeado de su mujer e hijos. Doña Carmen, de blanca cabellera, bella, silenciosa y serena, tejía y, como sus hijos, escuchaba.

Asistí más de una vez a esas tertulias y pude apreciar el sabor extraordinario con que hablaba el anciano torero, imprimiéndole a sus relatos tal personalidad y gracia que sus hijos, ya mayores y padres de familia, le rodeaban diariamente con el cariño e interés de muchachitos. Era pues, una casa que exhalaba tradición taurina desde su entrada, decorada con cabezas de toros, cuadros de Roberto Domingo y esculturas de Benlliure, hasta su capilla donde se veía al Cristo del Gran Poder, el cuarto donde se colgaban los trajes de luces de los seis hermanos y el sombreado patio.

Un día murió don Manuel y dejó vacante el sillón del alto espaldar y calladas las imágenes de sus recuerdos. Poco tiempo después toreaba en Madrid su hijo Antonio. Era la primera vez que actuaba en aquella plaza, sin la presencia de su padre. Y hay que tomar en cuenta que debutó de becerrista. Nos encontramos y me contó la siguiente escena conmovedora.

--Tú sabes --me dijo--, lo que significaba para mí torear sin tener a mi padre en el callejón. Pues figúrate lo que fue mi regreso a General Mola, sabiendo que no lo encontraría como lo he encontrado desde niño, sentado en su sillón esperando que le contara, toro por toro, mis impresiones. Por el camino tuve que sobreponerme a mi tristeza y desorientación, y así llegué a la casa. Entré y repetí mecánicamente mis pasos de siempre después de las corridas... primero besé a mi madre, después recé en la capilla, luego me quité el traje y me bañé. Después... después dudé. Pero pudo más la costumbre y paso a paso caminé lentamente por el corredor hacia la sala, donde debería encontrarle esperándome. Iba angustiado... ya ves que el corredor es largo. Me agobiaba la idea de su sillón vacío, Pero fui. Y cuando llegué al umbral de la puerta ¡imagínate mi espanto...!, ¡la silla no estaba vacía! En el lugar de mi padre estaba sentada mi madre.

--Acércate, hijo –me dijo repitiendo, exactas, las palabras de mi padre– ...y cuéntame cómo te ha ido la tarde...

Mira... se me caían las lágrimas. Tú sabes que mi madre jamás ha hablado de toros. No supe cómo empezar. Titubeé... me senté a su lado.

--El primero no ha embestido bien a la muleta – empecé.

--No, hijo, no... cuéntame todo, desde el principio, ¿quién te ha corrido 
Y ese día Antonio Bienvenida habló de toros, por primera vez en su vida, con su madre.
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►Los escritos de Gloria Sánchez-Grande pueden consultar en su blog Contraquerencia, en la dirección http://contraquerencia.blogspot.com.es/

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